La
historia de la señora que todos los días le preparaba un jugo de
naranja a cada uno de sus hijos y otro a su marido.
Pero
un día empezó a exprimir una naranja, y la naranja nunca se
acababa, nunca se quedaba seca. La señora primero se alegro, con una
sola mitad de naranja había preparado cuatro vasos grandes de jugo.
Pero a la naranja le seguía saliendo jugo y entonces la señora
decidió hacer una jarra más de jugo. Y después de hacer la jarra,
la naranja aún no se había achicharrado y seguía dando más y más
jugo.
“¿Pero
a esta naranja qué le pasa?” Se dijo la señora a sí misma; y
levantando la cáscara del exprimidor miró la media naranja por
dentro. Estaba toda seca. Entonces la señora se dijo:
“bien
esta vez sí puedo tirarla”
Pero
antes de tirarla por las dudas volvió a posarla sobre el exprimidor
y intento exprimir.
¿Y
qué pasó?
La
media naranja seguía dando jugo.
Y
así fue como la mamá se quedó toda la mañana exprimiendo naranja.
Y
toda la tarde también.
Hasta
se olvido de ir a trabajar y cuando la llamaron de la oficina para
saber por qué estaba ausente ella contesto:
“Es
que no puedo terminar de exprimir esta naranja.”
Y
así fue como la heladera se empezó a llenar de jugo de naranja,
bols, taza, tacita, tazón, palanganas, sartenes , cualquier
recipiente… todo repleto de jugo de naranja.
Hasta
que un día el papá cansado le dijo a su mujer:
-“¿Pero
qué va s a hacer con todo este jugo?”
-
“No sé”, dijo ella. “Lo puedo regalar”
Y
así fue como todos los habitantes de la ciudad empezaron a llegar
con sus vasos y jarras a la casa de la familia Rocafloja.
La
mamá estaba muy contenta porque desde que sus hijos tomaban el jugo
de esa naranja no se habían vuelto a enfermar y eso que eran
alérgicos a todo.
Y
eso mismo le sucedió a los demás habitantes , ya nadie se enfermaba
en la ciudad…
Pero
el papá de la familia Rocafloja estaba un poco contrariado… y no
era el único en la ciudad… Estaba contento por sus hijos que ya no
estornudaban, pero su mujer ya no le prestaba mucha atención: su
único divertimiento era exprimir esa media naranja y repartirla a
los habitantes. Además él no ganaba mucho en su trabajo y ella
desde que exprimía esa naranja había sido despedida.
Un
día el papá le dijo:
-“Marta,
no podemos vivir solo de naranja, necesitamos comer otra cosa”
Y
eso era cierto porque de tanto tomar naranja estaban todos pelirrojos
y con la piel tostada… de haber tenido el pelo color verde podrían
haberse hecho pasar por zanahorias.
-“Además
necesitamos dinero, vos regalás el jugo a todo el mundo pero los del
supermercado no te regalan carne o verdura para cenar, ni tampoco
papel y lápiz para los chicos si ellos quieren dibujar…”
Y
era cierto porque al principio la ciudad le agradecía muchísimo a
la familia Rocafloja por regalarle a todos ese jugo tan saludable
pero después se fueron acostumbrando y ya no le traían tortas o
pollos cocidos en forma de agradecimiento sino que venían, exigían
su jugo y se iban… y hasta se enojaban si la señora Rocafloja
tardaba mucho en traerles la jarra llena.
Y
no solo eso los médicos desde que nadie se enfermaba no tenían
trabajo, los farmacéuticos tampoco, y las fábricas de remedios
habían cerrado. Muchos eran los desocupados… los que cultivaban
naranjas eran obligados (nunca se supo quién los obligo o si fue
alguna de esas cosas extrañas que no tienen nombre y obligan a los
hombres a hacer cosas absurdas) la cuestión es que fueron obligados
a quemar todas sus naranjas, no vaya a ser que exista otra de esas
naranjas malditas entre la cosecha.
En
fin para el mundo entero la existencia de esta naranja de jugo
interminable con propiedades curativas (“dudosas” según la
investigación de los más altos científicos de las más altas
Universidades) era definitivamente una tragedia o por lo menos esto
es lo que afirmaba la televisión. Y como el papá de la familia
Rocafloja miraba mucha televisión no tardó en llegar a la
conclusión de que debía deshacerse de esa media naranja. Pero al
ver a su mujer durmiendo tan pacíficamente al lado de la media
naranja y con esa sonrisa tan suave que desde el sueño parecía
decirle “sé que me estás mirando amor” pués bien no se animó
a realizar el hurto nocturno que venía planeando hacía días. Así
que fue a la cocina a buscar algún consuelo en la heladera. Allí se
encontró con … 300 jarras de jugo de naranjas y un taper. Lo abrió
con esperanzas y descubrió sin una gota de asombro una media
naranja.
-“Estoy
tan desvelado que exprimirme yo mismo un poco de jugo me va a hacer
bien”
Al
día siguiente cuando la mamá se despertó encontró a su marido
hirviendo de pasión junto al exprimidor de naranja. Había estado
ahí toda la noche.
-“Mi
amor, ¿qué te pasa?”
-“Estoy exprimiendo. ¡Qué
lindo que es esto! ¡Qué sensación! ¡Qué sensación!
-“¡Viste
lo que es!”
Y
la mamá salió corriendo a conseguirse otro exprimidor, y una vez
que lo tuvo entre sus manos regresó a casa para posarlo al lado del
exprimidor que su marido apretujaba. Y ambos dos felices y enamorados
exprimieron con pasión aquella fantástica naranja que por primera
vez sentía sus dos mitades gozando de la suculenta extracción.
Los
niños miraban a sus padres con curiosidad y el jugo de naranja no
cesaba de aumentar.
Pero
la familia Rocafloja era bastante coherente y antes que rebalsara el
último recipiente, nació una idea que llego en sobre como para
evitar el desborde. En la carta escribía una señora de algún país
vecino implorando por un vasito de ese famoso juguito para su hijo
enfermo sin cura desde el invierno. Y el jugo intento repartirse más
allá de las fronteras pero antes de que eso suceda intervino el
presidente con su grupo transparente. La justificación era que toda
esta desocupación por causa de una naranja no tenía relevancia, y
convidar esta tragedia más allá de las fronteras podía crear una
guerra. La opinión del resto de la gente apoyó la intervención,
¡Gracias, Oh Televisión!
Qué
hicieron con la naranja, no se sabe.
Qué
hicieron con la familia Rocafloja, no se dice.
Pero
no faltan viejas que sepan sobre el paradero de las cosas…
Ellas
cuentan que todo lo que el mundo hace en el mundo se deshace, y ese
lugar misterioso donde todo va a parar, algunos lo llaman pozo y no
es más que un basural. Allí está nuestra naranja partida por la
mitad supurando eterno jugo entre las cloacas de la ciudad,
maldiciendo el subterráneo donde ya nada brotará.
De
la familia Rocafloja las viejas no mencionan palabras pero si alguien
les pregunta lloran lágrimas bien ácidas.